Hace pocos días, en una reunión con una antigua y querida amiga, quien tuvo la delicadeza de destacar algunas de mis virtudes antes de lanzarme una pregunta que que me resonó profundamente y me costó bastante responder, me dijo: “¿Por qué no has sido más exitoso?”.
Fue una pregunta que, aunque incómoda, abrió la puerta a una conversación que más tarde profundicé. Este post nace de esa exploración y de las reflexiones que he hecho desde entonces sobre lo que significa el éxito y cómo nuestras decisiones nos llevan por caminos inesperados.
La visión convencional del éxito
En nuestra sociedad, el éxito suele definirse por el poder, el prestigio y la acumulación de riqueza; es, en esencia, "la versión que el sistema ofrece del éxito". No es raro oír historias de personas que sacrifican tiempo, salud y valores para llegar a la cima corporativa o lograr reconocimiento público. Yo mismo tuve la oportunidad de seguir ese camino, pero opté por uno distinto. La pregunta es: ¿por qué?
La respuesta corta es que no estuve dispuesto a pagar el costo asociado. Durante mi carrera, trabajé con líderes que, aunque exitosos en apariencia, representaban valores con los que no podía alinearme. Tuve buenos jefes que admiraba profundamente y de quienes aprendí mucho, pero mientras ascendía en la pirámide organizacional, sentía que los valores que me inspiraron en mis inicios se diluían y perdía de vista a esas personas que realmente admiraba. El camino hacia ese tipo de éxito me resultaba espiritualmente vacío y ajeno a mi esencia.
No es mi intención "meter a todos los líderes en un mismo saco". A lo largo de los años, he conocido a personas en puestos de liderazgo a quienes he llegado a admirar profundamente y creo firmemente que los lugares en el mundo empresarial han ido mejorando, pero también dentro de mis elecciones se encontraba la búsqueda de libertad, la cual no siempre encuentra espacio al interior de una organización.
Tu elección y su impacto
Decidí entonces seguir un sendero menos transitado, uno en el que prioricé la integridad, la autenticidad, el espacio emprendedor y la posibilidad de ayudar a otros desde un rol que no implicara sacrificar mis principios. Ha sido un camino de retos, sí, pero también de descubrimiento personal y profesional. Soy consultor por vocación; me apasiona guiar a otros, colaborar en su crecimiento y aportar valor sin las presiones externas del éxito convencional.
Cuando eliges un camino consistente con tus habilidades, deseos y necesidades del entorno, es sumamente posible que el éxito económico llegue. Sin embargo, este último nunca debe ser un fin en sí mismo. El camino personal y profesional es muy largo, y por eso es esencial resistir y perseverar de la mejor manera posible. Esto se vuelve llevadero cuando escuchamos y seguimos esa voz interior que nos guía hacia lo que verdaderamente nos realiza. Recuerdo una ocasión en la que rechacé una oportunidad lucrativa porque comprometía mis principios, y aunque fue difícil, esa decisión me reafirmó en mi camino.
La definición de éxito personal
Con ayuda profesional, he reflexionado sobre qué significa el éxito para mí. Me di cuenta de que disfruto la vida que construí: trabajo en proyectos que me inspiran, puedo elegir a mis clientes y colaborar con personas a quienes admiro, tengo tiempo para mis pasiones como la escritura y, aunque no he alcanzado el “éxito” en los términos comunes, he seguido un camino que es fiel a quien soy.
Quizás ya he encontrado mi “tesoro”, solo que no lo había reconocido. Y esa es la verdadera respuesta a la pregunta que inició todo: ser exitoso no es seguir un guion ajeno, sino crear el propio, a pesar de las incertidumbres y las dificultades. A veces, el camino menos visible y más solitario es el que nos lleva a la satisfacción más duradera, porque en él encontramos nuestra verdadera esencia.
Como un humilde regalo para ti, que has leído hasta el final, comparto un poema que creo captura el espíritu de esta reflexión:
El camino no elegido
Robert Frost
En un bosque amarillo se bifurcaron dos caminos,
y lamenté no poder recorrer ambos
siendo un solo viajero. Me detuve mucho tiempo
y observé uno de ellos tan lejos como pude,
hasta donde se perdía en la espesura.
Entonces tomé el otro, igualmente justo,
y que tal vez tenía la mejor razón,
pues estaba cubierto de hierba y quería ser recorrido;
aunque, al pasar,
ambos en realidad habían sido desgastados por igual.
Y aquella mañana yacían ambos igualmente,
con hojas que ningún pie había pisado.
¡Oh, dejé el primero para otro día!
Sin embargo, sabiendo cómo un camino lleva a otro,
dudé si alguna vez volvería.
Lo contaré con un suspiro
en algún lugar, en un tiempo futuro:
dos caminos se bifurcaron en un bosque, y yo,
yo tomé el menos transitado,
y eso ha hecho toda la diferencia.
P.D: Dejarse ayudar
Quiero aclarar algo que, para algunos, puede ser un tabú: no me incomoda admitir que me he hecho ayudar por una especialista. Las vivencias de infancia y juventud pueden dejar profundas marcas, algunas de las cuales cargamos por toda una vida sin darnos cuenta de cómo se convierten en creencias que nos limitan y afectan, y lo que es peor, a nuestros seres queridos.
Normalizamos esas cicatrices, a veces sin ser conscientes de su impacto real.
A quienes no lo hayan hecho, recomiendo sin reservas tener al menos una conversación exploratoria con un profesional, incluso aunque creamos que no lo necesitamos, y sin prestar atención a los prejuicios que sugieren que alguien maduro y bien formado no debe requerir ayuda externa. Eso, muchas veces, es un mito. Reconocer la necesidad de apoyo requiere coraje y es una herramienta poderosa para el autoconocimiento.
Un fuerte abrazo.